CIPER | «La expulsión del jardín de Beauchef: ¿podemos imaginar un futuro sin Humanidades?»

Columna de opinión de Dusan Cotoras Straub y Francisco Salinas Lemus

CIPER | «La expulsión del jardín de Beauchef: ¿podemos imaginar un futuro sin Humanidades?»

21 de junio de 2024

Por: Dusan Cotoras Straub y Francisco Salinas Lemus | Imagen: CIPER | Fuente: CIPER

La sospecha hacia el valor de las ciencias sociales y humanidades no existe solo en nuestro país, pero últimamente enfrenta explícitos cuestionamientos en el debate público local. En columna para CIPER, dos investigadores desmontan lo que a su juicio son malentendidos que separan radicalmente tipos de conocimiento: «Tal dicotomía ha probado ser tremendamente problemática para abordar la complejidad de los desafíos que hoy en día enfrentamos como humanidad, al menos dos de los cuales requieren esfuerzos verdaderamente interdisciplinarios: el cambio climático y la irrupción de la IA en nuestra vida cotidiana».

Diversas opiniones recientes avivan el debate sobre el futuro de las Humanidades al interior de las universidades chilenas. El economista Sebastián Edwards propuso eliminar su financiamiento estatal durante diez años y, por otro lado, convertir la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile en una institución netamente «técnica» (para, en sus palabras, evitar que algunas «tonterías» interfieran «el pensamiento crítico en ingeniería»); mientras que el antropólogo social Pablo Ortúzar sugirió en una columna que el sistema de revisión de pares es menos confiable en el caso de las ciencias sociales, lo cual, a juicio del polemista, fomentaría una academia humanista militante que crecientemente politiza su ejercicio.

Se trata de sospechas similares a las que al otro lado de la cordillera sostienen la agenda del gobierno de Javier Milei, bajo el cual se ha experimentado el peor ajuste histórico al sistema de la ciencia, reflejado en la reducción de un tercio del número de becas y la retención indefinida de transferencias económicas por parte del Estado [ver columna previa en CIPER-Opinión: «La motosierra y la licuadora argentina contra la investigación científica»] . Entre los argumentos más beligerantes del mandatario argentino destaca el supuesto adoctrinamiento ideológico que llevan a cabo las facultades de humanidades y ciencias sociales, sobre la base de la perspectiva de género y acciones contra el cambio climático.

Quienes investigamos —sea en ingenierías, humanidades, ciencias naturales o ciencias sociales— no podemos ser indiferentes ante este tipo de declaraciones en la esfera pública. Surgen muchas preguntas: ¿qué escenarios de futuro imaginan y diseñan estas intervenciones públicas con respecto al tipo de conocimientos que merecen financiamiento? ¿Podemos realmente abordar los desafíos que nuestro país enfrenta exclusivamente desde la mirada de las ingenierías? ¿Son las humanidades un lujo de países enriquecidos por la ingeniería o acaso juegan un rol específico para que los proyectos implementados por las primeras puedan llegar a puerto?

Dichos como los arriba descritos encierran un conjunto de malentendidos basados en una separación radical entre los asuntos de la cultura y soluciones técnicas, así como entre el tipo de conocimiento producido desde las humanidades y ciencias exactas. El problema radica en que tal dicotomía ha probado ser tremendamente problemática para abordar la complejidad de los desafíos que hoy en día enfrentamos como humanidad, al menos dos de los cuales requieren esfuerzos verdaderamente interdisciplinarios.

El primero de ellos es el cambio climático. Basta ver áreas de la ingeniería, tales como la hidrología, que desde hace por lo menos dos décadas llevan clamando que la adaptación al cambio climático en las cuencas no es un mero asunto a resolver con física e ingeniería, sino que requiere de todo un trabajo social junto a comunidades y territorios. En este sentido, la ingeniería de ríos sumada a una preocupación por saberes y diálogos sociales ha decantado en áreas interdisciplinarias de trabajo tales como la ‘hidrosociología’, ‘sociohidrología’ y ‘ecohidrología’. Lo interesante es que ningún cientista social les puso una pistola en la sien a los hidrólogos respecto a que deberían tener un «giro social» en su práctica; ellos mismos han ido descubriendo esto en el trabajo con su objeto de estudio. En un país donde el agua es un asunto controversial, la mirada interdisciplinaria es requerida para hacer frente a sus múltiples aristas.

Experiencias como la del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, que realiza precisamente sus actividades en el campus Beauchef de la Universidad de Chile, sustenta el éxito de sus estudios locales sobre el cambio climático en el diálogo entre climatólogos, geógrafos, físicos, psicólogos y antropólogos. Todo esto da cuenta de que los desafíos del cambio climático llevan a que varias disciplinas requieran trabajar con las ciencias sociales para lograr sus cometidos. Asimismo, los profesionales de las humanidades han contribuido a reformular nuestra noción convencional del progreso, heredada de la ciencia moderna, incorporando una sensibilidad y una perspectiva mucho más amplias sobre el mundo que compartimos con otros seres afectados por la crisis climática del planeta, y superando las limitadas visiones de la economía política que dieron lugar a la condición geológica actual, conocida bajo el nombre de Antropoceno [ver columna previa sobre el tema en CIPER-Opinión del 05.06.2024].

El segundo desafío es la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida cotidiana. Es un profundo error pensar en la IA como un asunto exclusivamente técnico. La IA supone un «hecho social total» que afecta cada aspecto de la sociedad, desde la educación hasta nuestras relaciones afectivas. Desde ya y en los próximos años, nuestro país requerirá la intervención de expertos en lingüística para lidiar con los grandes modelos de lenguaje, filósofos expertos en ética aplicada para identificar inequidades y sesgos generados en modelos de clasificación, y antropólogos con entrenamiento en ciencias cognitivas capaces de diferenciar entre aquellos aspectos de la inteligencia humana que son homologables al aprendizaje automático y los que obedecen más bien a nuestra especificidad como especie.

Iniciativas como la del Núcleo Milenio Futures of Artificial Intelligence Research (FAIR) se sostienen en esta perspectiva holística e interdisciplinaria, en la que becarios de ingeniería trabajan junto a expertos en comunicación y ciencias sociales para diseñar interfaces más transparentes que comuniquen y den a entender el uso de IA en los servicios públicos, manteniendo estándares de explicabilidad. En esta composición también participan tesistas de doctorado en humanidades que buscan identificar cómo ciertos escenarios futuros, considerados probables, están motivados principalmente por arquetipos literarios. Por otro lado, estudiantes de diseño y arquitectura trabajan en la creación de centros de datos que mantengan una relación ecológicamente sostenible con su entorno ambiental.

Tratemos por un momento de dar plausibilidad al ejercicio propuesto por Sebastián Edwards y «pensar en grande» los próximos diez años. Es de esperar que la ausencia de especialistas con conocimiento en intervención en comunidades dé lugar a múltiples conflictos relacionados al impacto en la megasequía en localidades específicas del país. La implementación de sistemas automatizados de decisión sin un adecuado mecanismo de auditoría compuesto por expertos en ética produciría profundas brechas entre el pronóstico entregado y la situación objetiva de la población, aumentando el escepticismo en torno a los beneficios asociados a la implementación de este tipo de tecnología. Se podrían multiplicar escenarios controversiales, como el caso «medidores inteligentes» de la administración Piñera. Sin memoria ni vigilancia epistémica, las ingenierías al servicio de la tecnocracia resbalarán mil veces sobre la misma piedra, repitiendo ad absurdum situaciones emblemáticas como la del fallido sistema de transporte de Transantiago, diseñado a imagen y semejanza de un sistema de clase mundial, pero sin atender a la conducta de los usuarios, lo cual ejemplifica cómo soluciones triviales y simplistas fracasan ante problemas complejos.

La expulsión de las humanidades del jardín de Beauchef, un paraíso tecnológico cultivado exclusivamente para purgar el pensamiento crítico de las ciencias exactas, es un sueño peligroso para las aspiraciones del país, y demuestra incluso cierto grado de insensibilidad hacia las propias prácticas de los ingenieros en nuestro territorio. Si el mundo de Edwards se hiciese realidad, no sólo afectaría a la humanidades y ciencias sociales sino a la propia ingeniería. Por ello, más que escisiones arbitrarias en nombre del cortoplacismo económico, lo que necesitamos son más y mejores espacios de encuentro entre las disciplinas, en un contexto donde la tradicional división de saberes de la universidad de Von Humboldt le hace cada vez menos sentido a nuestros estudiantes. Probablemente lo que requerimos es de una mayor hybris entre lo técnico, lo científico, lo social, lo humano y lo artístico para afrontar la complejidad de los problemas que nos acechan. Concepciones ingenieriles unidimensionales podrían erradicar ciertas disciplinas de su Edén, por estar tatuadas por el pecado de la crítica. Ahora bien, el peso de la ignorancia al interior de ese paraíso sin roces, donde sólo se inculca cierto tipo de inteligencia, lo volvería un mal negocio para el propio desarrollo de la ingeniería.